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20 octubre 2005

La sociedad que queremos para nuestros hijos e hijas

La sociedad que queremos para nuestros hijos e hijas

En el post previo “Educación – un tema amplio”, he iniciado una reflexión que probablemente será infinita.  Una de las preguntas relacionadas es “¿qué tipo de sociedad queremos ser?”.  Esto es una pregunta que involucra sentimientos y creencias bien profundas, que pueden ser diversos.  Ahora bien, cada uno de nosotros tiene el legítimo derecho de desear lo que desea.  

A la vez, lo que deseamos influye a lo que hacemos.  Y a través de lo que hacemos, participamos en la construcción del mundo en el cual nacen nuestros niños.  Luego los sometemos a influencias – la educación y otras, menos concientes – que los hacen absorber determinados valores, actitudes, habilidades y conocimientos.  Al final se ha cumplido un ciclo y se regeneró lo mismo que antes ya existió.  

Entonces el decir “educación de calidad” conduce a tener que plantear criterios contra los cuales la educación se evalúa, y estos criterios derivan de lo que deseamos para el futuro para y de nuestros niños.

Para empezar, es evidente que una mamá o un papá desean que a sus hijos e hijas les vaya bien en sus vidas.  La pregunta es ¿cómo describirían estas vidas?  ¿Tener suficiente dinero, dos autos, una tele en cada pieza, muchos o pocos niños?  ¿Dejar una huella para la posterioridad?  ¿Ayudar a hacer del mundo un lugar mejor?  Nadie escapa a su propia historia, y lo que deseamos para nuestros hijos no es independiente de lo que vivíamos cuando niño.   Para uno significará desear el contrario de lo que a el le pasó; para otro será evidente que lo que a el “le hizo bien” (o no lo mató) no puede ser mal para sus niños.  Y muchos de nosotros preferimos que se replique nuestra experiencia anterior, porque nos es familiar: parece ser menos riesgoso, menos de un experimento.  

Somos todos humanos, y os mismos procesos psicológicos nos afectan.  Por ejemplo la heurística de la frecuencia (investigada por Kahneman, Slovic y Tversky; ver “D. Kahneman, P. Slovic & A. Tversky (eds.). Judgement under uncertainty: Heuristics and biases. Cambridge: Cambridge University Press, 1982”; mirar también la clase magistral de Kahneman cuando recibió el Premio Nobel en nobelprize.org/economics/laureates/2002/kahnemann-lecture.pdf), que dice que tomamos por más probable lo que con mayor frecuencia vivimos.  Ello hace que en un juego de “cara-o-sello”, la mayoría estaría dispuesto a apostar más a la secuencia “C-S-S-C-S-C” que a la secuencia “S-S-S-C-C-C”, a pesar de que objetivamente son igual de probable.  Conozco a personas que manejan sin cinturón de seguridad el itinerario cotidiano al trabajo o al colegio de sus niños, pero cuando se trata de dejar los niños viajar a una ciudad vecina con el colegio, les da mucho miedo el riesgo de accidentes.  El miedo es tan real como el proceso psicológico, pero conocer el proceso no protege contra el miedo.  ¿Con cuántas cosas más nos pasa esto?

Yo creo que para muchos Chilenos (por cierto no solamente los Chilenos), el futuro es algo amenazador, que se ve con preocupación.  Terrorismo y guerra en el mundo, malas relaciones con los países vecinos, miedo de inflación y crisis de crecimiento económico, miedo de la PSU ...

Hoy en día es un lugar común de hablar de la sociedad del conocimiento y del mundo globalizado.  Pero bajo la superficie de este eslogan, ¿qué vemos los adultos en Chile para el futuro?  La globalización y el creciente rol del conocimiento ¿son una amenaza o una oportunidad?

Me acercaré a estos dos conceptos a través de un desvío.

Humberto Maturana ha indagado el tema de la evolución durante muchos años.  En uno de sus textos (ver más en http://www.uchile.cl/facultades/ciencias/1.htm), escribe sobre cómo –en su opinión- el homo sapiens llegó a ser homo sapiens.  Todo empezó cuando las hembras de nuestros precedentes sufrieron un cambio que hizo que su periodo de fertilidad se extendió sobre todo el año.  Ello vino junto con que estos individuos aceptaron la cercanía corporal durante muchos más tiempo, y el periodo de infancia – durante el cual la madre guarda contacto corporal con su niño – se extendió.  El resultado fue una mayor estimulación sensorial, que a su vez gatillo el crecimiento de la corteza cerebral.  Ello nos facultó a desarrollar el lenguaje y la capacidad cognitiva que nos caracteriza.

Según Maturana, la sociedad de tipo matriarcal conserva esta conducta de cosensualidad y aceptación del otro.  No así la cultura patriarcal, que se basa más bien en la confrontación.  Chile sería una sociedad donde el competir contra el otro se ha elevado al culto, lo que conduce a un alejamiento entre las personas.  Sobre un periodo suficientemente largo como para influir en la evolución, esto podría – en última consecuencia – conducir a que se nos achicará el cerebro a nuestros descendientes.

Es un mensaje fuerte, sobre todo si muchos Chilenos piensan que la competencia nos hace bien.  ¿Acaso que ser competitivo no nos ha servido?  Bueno, depende de qué se toma en cuenta para establecer un juicio; y por cierto habrá efectos laterales.  ¿Cuál es la función de esto de competir?  ¿Cuáles son sus efectos para la calidad de vida?

Uno puede competir con uno mismo; cada persona que se dedica a cultivar un arte o un deporte lo hace: ¿corrí más rápido hoy que ayer?  ¿Toqué el concierto más bonito hoy que la semana pasada?  También puedo competir con otros: si mi amigo corre más rápido que yo, ello me muestra que es posible correr todavía más rápido.  También es posible competir contra el otro: en el “ring” de boxeo, si el otro gana, entonces yo pierdo: tengo que destruirlo para ganar yo.

Es fácil empezar a pensar de muchas cosas en estos términos.  Los estudiantes que quieren ganarse una beca necesitan una nota mejor que los otros postulantes: es lo que en teoría de juegos se llama un juego a suma cero: lo que yo gano, tu lo pierdes (y vice versa).  Si mi ex compañero de estudio es reclutado en un puesto en una empresa, yo pierdo esta oportunidad.  Pensándolo así, no importa cuanto sé, siempre si es más que tu sabes.  Y entonces nos dedicaremos a estar mejor que el otro, terminando realizando esfuerzos no porque nos interesa o satisface la actividad, sino que porque queremos estar mejor que el otro.  En esto, siempre existe la posibilidad de lanzarle torpedos al otro, y terminamos en un ambiente de desconfianza y pelea, y de un terrible estrés.

Por cierto creo que es bueno que cada uno haga un buen esfuerzo en lo que hace.  Y obviamente la competencia puede ser una razón para esforzarse (pero no solamente para esforzarse, y no la única).

En Chile, muchas personas parecen creer que el ser humano es inherentemente flojo – la ley del mínimo esfuerzo.  ¿Será verdad que el ser humano solamente se esfuerza si es forzado?  Si fuera así, habrá que forzar la gente, evidentemente.  Pero no es así.  Tengo la suerte de ver todos los días a personas adultas que realizan grandes esfuerzos de manera voluntara y además lo disfrutan.   Por ejemplo, estudiantes que hacen el mínimo esfuerzo en clase, pero en deportes se invierten 110%.  Y a más de uno le consulto si no quiere cambiar de carrera.  No me gusta pensar que se preparan a ejercer una actividad profesional que no les gusta de verdad solamente porque hay que pensar en la remuneración.  Me imagino que con los años, esto frustra, y la gente frustrada no es ni muy productiva ni ejerce un buen liderazgo.

Si más personas se dedicarían a actividades que inherentemente valoran, harían grandes esfuerzos “por amor al arte” y harán muy bien lo que hacen.  Todavía podrán competir con otros, pero su identidad ya no dependerá de dominar al otro.  Y esto me hace pensar que si de verdad viene la sociedad del conocimiento y la globalización a Chile, tenemos a la vez buenas razones para ver grandes oportunidades en este futuro, y cambios urgentes en la educación que realizar.

Se dice que en la sociedad del conocimiento, el conocimiento es un factor productivo esencial.  Esto significa que donde antes el factor principal fue el dinero (y antes aún la tierra), lo será todavía, pero menos.  Para tener mucho dinero, en general hay que heredarlo, por lo cual no hay igualdad de oportunidades.  Si bien la familia influye en la condición cultural y de conocimiento de los niños, las chances de acceder a conocimiento e inteligencia son mucho más igualitarias, provisto un buen sistema educativo equitativo.   Naturalmente, para esto mucho deberá cambiar en Chile, y rapidísimo.  Valorarla el conocimiento de si mismo y del mundo en sus diversas facetas como algo inherentemente satisfactorio, cultivar al aprendizaje, la experimentación y el pensamiento crítico (el que identifica los errores para mejorarlos) es clave; sin embargo, el establecimiento escolar típico busca la obedecencia, la sumisión y la memorización.  

La globalización hace que hoy en día cada uno de nosotros se puede conectar con muchísimo más personas y actores que unos años atrás.  Entonces el Talquino que sabe pintar modelos de moda, por ejemplo, puede ofrecer sus capacidades virtualmente a cientos de millones de personas, donde antes solamente hubo un par de posibles interesados.  Resultado: el que sabe lo que desea hacer y desarrollar, y trabaja para tener las facultades, tiene mucho más posibilidades que antes.  Y no necesita el látigo para trabajar, ya que cultiva una actividad de valor inherente para el.  En este mundo, cabe mucha más diversidad.

Hay tremendos desafíos a superar para esto.  Usted podría pensar: todo muy bonito pero aún no es así y mientras tanto no puedo atreverme a cambiar – si soy el único me van a mirar y me van (de una forma u otra) castigar.  ¿Quién hará el primer paso, si cada uno piensa así?  

Vale la pena pensar unos 20 años en adelante, proyectando algunas variables clave para la calidad de vida.  En Chile, las horas de trabajo son record mundial, lo inverso de la productividad.  Fue así hace 10 años y sigue igual.  A la vez, el estrés (http://www.psitec.cl/index.html?/estres.html) y la depresión (http://www.depresion.cl/noticias.htm) han ido en aumento durante los últimos años.  ¿Cómo será todo en 20 años, si esto continúa así?  Deseamos que nuestros niños vivan esta vida?   Pensándolo así, ¿es más práctico ser competitivo o ser competente?  

Tenemos que reflexionar y de dialogar.  Con una persona que dice “yo creo en la competitividad” puedo conversar, intentar de comprender su posición y sus fundamentos, aún si quizás no cambiaré de opinión.  También podré hablar a esta persona de mis creencias; eventualmente me comprenderá mejor, o yo me comprenderé mejor.  Pero una cosa es clara: si nuestros deseos y creencias se quedan implícitos, no podemos avanzar mucho, puesto que en estas condiciones incluso plantear el tema puede resultar amenazador.  Tenemos que conversar de esto.

Mientras no haya grupos importantes entre los adultos en Chile que hayan hecho esto, ¿quién hará llegar el mensaje a los profesores, los directivos, los legisladores y gobernantes?